Fuente: Diario de Sevilla
"No se puede hacer una guerra con pocas bajas si se quiere ocupar el terreno"
Empezó su carrera como oficial en las
trincheras de Ifni y la culminó mandando la brigada española destinada
en Bosnia. Es un claro ejemplo de la generación militar que hizo la
Transición.
El general Simón Contreras, en el Casino Militar de Sevilla, durante un momento de la entrevista.
Miguel Simón Contreras (Cáceres, 1940) se mueve por el Casino Militar de
Sevilla como por su segunda casa. Todo el mundo le saluda con afecto y
le llama "mi general", a lo que él responde con esa simpatía castiza tan
propia de la profesión. Tiene la seguridad y el paso de los que han
mandado a muchos hombres en circunstancias difíciles. Su hoja de
servicios (currículum, según los civiles) es amplia y refleja una vida
militar que le ha llevado a los destinos más variados, desde unidades de
primera línea como los Tiradores de Ifni o la Brigada Paracaidista, a
otros más 'intelectuales' como la plaza de profesor del Grupo de
Estrategia de la Escuela Superior del Ejército. Como general, mandó la
Brigada Mecanizada Spabri V, que formaba parte de las Fuerzas de
Estabilización de la OTAN en Bosnia-Herzegovina, la que fue la gran
escuela práctica del Ejército actual. Diplomado de Estado Mayor,
pertenece a esa generación de militares que empezó a unir a sus estudios
castrenses otros de carácter universitario. Posee una licenciatura en
Educación Física por la Universidad de Madrid y está pendiente de leer
próximamente su tesis doctoral en Historia sobre las campañas españolas
en el norte de África durante el siglo XX. Una de sus grandes pasiones
es viajar por el desierto y, entre otras condecoraciones, tiene tres
cruces de Sufrimiento por la Patria.
Usted, como los mariscales de Napoleón, fue soldado antes que general.
Mi
padre era suboficial del Ejército y no tenía medios económicos. Cuando
terminé el Bachillerato, con 16 años, me fui de soldado al Regimiento de
Infantería León 38, en Madrid. Después ascendí a cabo y cabo primero.
Recuerdo que en el año 57 hubo unas inundaciones tremendas en Valencia.
Allí fuimos a ayudar en camiones de ganado con paja; el Ejército de
entonces era muy pobre. Estudié mucho y tuve la suerte -porque para todo
en la vida hace falta suerte- de ingresar en la Academia General
Militar en el 59. Una vez, un ministro de Defensa dijo que había que
conseguir que los soldados llegasen a generales... Eso siempre ha sido
posible con un valor fundamental: el trabajo.
Su arma fue la Infantería. Háblenos de ella.
Un
ejército puede disponer de mucho fuego de artillería o aéreo, pero al
final siempre hay que ocupar el terreno, dominarlo, conquistarlo... Y
conservarlo. Eso sólo lo hace la Infantería. En nuestra Doctrina
Militar, la Infantería es el arma de las capacidades medias.
¿Qué significa eso?
Que
tiene un poco de todo: fuego, como la Artillería; vehículos para el
reconocimiento, como la Caballería; determinados niveles para actuar
como los ingenieros... Cubre capacidades medias y, en el momento que
hace falta más especialización, es cuando entran las armas de
Caballería, Ingenieros, etcétera.
Ahora, con el conflicto de Siria, se insiste mucho en que los bombardeos aéreos no servirán de nada si no se pisa el terreno.
Al final tienes que meter Infantería y unidades de tierra armadas en general. Cuando acabó la campaña Tormenta del Desierto,
el gran problema fue que, después de neutralizar el Ejército de Sadam,
había que controlar y dominar un terreno muy amplio: atender a la
población civil, crear infraestructuras... Y siempre hostigados por el
enemigo. Eso produce muchas muertes y todos sabemos que, hoy en día, en
los países occidentales las bajas se miran con lupa.
¿Se puede hacer una guerra con pocas bajas?
No
se puede hacer una guerra con pocas bajas si se quiere ocupar el
terreno. Siempre vas a estar hostigado por un enemigo débil que, como un
mosquito, te pica y sale corriendo. Eso produce muchos muertos y afecta
a la logística y a la moral de la tropa.
Su primer destino fue Ifni, territorio en el que antes de su llegada se había producido una pequeña guerra colonial.
La
Campaña de Ifni se produjo entre el 57 y el 58, pero yo llegué después.
A mí me cogieron los coletazos. Tenga en cuenta que la presencia
española en este lugar duró hasta junio de 1969. Allí conocí a la que
luego sería mi mujer; nuestra boda fue la última que se celebró en el
Ifni español, en diciembre de 1968. Como consecuencia de la guerra se
establecieron unos cordones defensivos para que la ciudad no estuviese
al alcance de un posible ataque de artillería; unas posiciones de
trincheras en las que yo estaba destinado y donde la vida era durísima.
¿Esa artillería era marroquí?
Oficialmente
no era marroquí, sino de bandas irregulares, pero lo cierto es que el
apoyo de Marruecos era absoluto, como luego pasó con el Sahara.
¿Cómo era la vida allí?
Muy
dura. Me pasé tres años en trincheras con los Tiradores de Ifni,
viviendo bajo tierra, con una limitación de agua tremenda; había sólo
para hacer la comida y beber. Tampoco había luz y nos iluminábamos con
velas. Los chinches y las pulgas nos comían, pero no por falta de
higiene: es normal cuando se vive bajo tierra. Pese a esto, fue una
escuela maravillosa desde el punto de vista militar, sobre todo para un
joven oficial.
También estuvo en el Sahara.
Sí.
Cuando la cuestión del Sahara empezó a complicarse, la Brigada
Paracaidista, en la que yo estaba destinado, comenzó a mandar a Las
Palmas de Gran Canaria una bandera cada dos años, de la cual una
compañía se iba al Sahara ocho meses. Después he vuelto mucho al Sahara,
pero ya como viajero.
Precisamente quería preguntarle
sobre ese asunto, porque usted es un gran apasionado del desierto, por
el que ha realizado varios viajes. ¿De dónde viene esta pasión?
Durante
una época formé parte de una tertulia que la formaban unos geólogos que
eran verdaderos viajeros y especialistas en el desierto. Eran personas
muy cultas que me facilitaron mucha literatura sobre estos espacios.
Entonces conocí la historia apasionante del Bacha Yaudar, un español
renegado de la época de Felipe II que llegó a crear un imperio en la
curva del Níger con un ejército de renegados y moriscos españoles.
Atravesó el desierto entero -murieron las dos terceras partes de sus
soldados-, conquistó Gao y Tombuctú y fundó un imperio que duró hasta la
llegada de los franceses en el siglo XIX. Empezamos a viajar a la zona
y, a la tercera vez, conseguimos llegar a Tombuctú.
Es decir, que es usted un aventurero.
La
persona que ha dormido una noche en el desierto viendo ese cielo tan
negro lleno de estrellas y en el silencio absoluto, no lo olvida
fácilmente. Es algo que te conquista.
Pero también es peligroso.
Cualquier
pequeño asunto es un problema: un dolor de muela, una avería del
coche... Haces 300 kilómetros para ir a un pueblo donde te han dicho que
venden gasolina y, cuando llegas, te dicen que hace cinco meses que no
pasa la cisterna a llenar el depósito. Se necesita una gran iniciativa y
una gran preparación física y mental.
Recientemente,
un alto mando del Ejército me aseguró que, tarde o temprano, tendríamos
que incrementar nuestra presencia en Malí y el Sahel dentro de la lucha
contra el yihadismo. Las últimas noticias apuntan a que tenía razón.
Aquella
zona tiene recursos importantes para la economía occidental y, además,
hay gobiernos y pueblos afines a nosotros que tenemos que proteger de
los yihadistas. Por mi experiencia, le puedo decir que, desde hace
cuatro años, es muy difícil viajar por ese desierto. Uno se juega la
vida continuamente. Es una zona muy difícil de controlar y lo que allí
estamos haciendo es preparar a las tropas del Gobierno para que puedan
dominar la zona útil, donde están los recursos económicos y
demográficos. Ahora, el resto, el desierto y las minas de sal... es
imposible.
¿Y tenemos un ejército preparado para eso?
España
tiene una estructura de defensa extraordinaria y, sobre todo, tiene
capacidad y mentalidad en las escuelas para generar mandos para afrontar
misiones concretas. Nuestra estructura de oficiales y suboficiales es
francamente buena, gente que está dejando el pabellón español muy alto
en las colaboraciones con otros ejércitos.
¿Y hay voluntad política?
Eso
ya se me escapa. Como decía Churchill, los países no tienen amigos,
sino intereses. Cualquier intervención tiene que ser en interés propio,
porque son muy caras tanto en vidas como en recursos. Es al Gobierno de
la nación al que le corresponde definir qué es lo que interesa a España
en cada momento.
¿Qué opina del Estado Islámico?
Me
gustaría saber qué hay detrás del yihadismo. ¿Quién lo promueve? ¿Cómo
es posible que el Estado Islámico tenga baterías antiaéreas de alta
tecnología para las que hacen falta unos oficiales con muchísima
formación? ¿Quién paga esos equipos y sus repuestos? ¿Quién mueve todo
ese conjunto de entidades y capacidades? ¿Quién compra el petróleo del
EI? Lo que está pasando es un asunto complejo, pero en el fondo siempre
son intereses, luchas económicas y de influencia.
Volvamos
al Sahara. Ahora se han cumplido los 40 años de la Marcha Verde,
proceso que culminó con la entrega de la ex colonia a Marruecos, lo cual
generó una gran frustración en el Ejército.
Sí, fue
muy frustrante para nosotros. Éramos conscientes de que el Sahara no era
marroquí ni por historia ni por población. Marruecos nunca había bajado
al sur de la cuenca del río Draa. Pero, como todo, hay que analizarlo
en su momento político. Franco se estaba muriendo y el futuro de España
generaba muchas incertidumbres; el Pacto de Varsovia, a través de
Argelia, quería una salida al Atlántico por el Sahara y la única manera
de impedirlo era que Marruecos controlase ese territorio... Francia y
EEUU tenían muy clara su apuesta.
Hemos llegado a la
Transición, un proceso histórico que generó muchas tensiones dentro del
Ejército, que había sido uno de los pilares del franquismo.
Al
morir Franco, el Ejército era una piña. Las nuevas generaciones éramos
conscientes de que las cosas debían cambiar, sin que eso supusiese
nuestro rechazo en términos generales al régimen de Franco. Gracias a
eso, el Ejército facilitó el nacimiento de la democracia. Cierto es que
existió la UMD, pero era una auténtica minoría. En las academias
militares jamás nos hablaron de política. Sólo del servicio a España.
¿Dónde estaba usted el 23-F?
De
comandante en el entonces incipiente Ministerio de Defensa, en la
Oficina de Información y Relaciones Públicas, que básicamente era el
gabinete del ministro Alberto Oliart. Lo viví de pleno.
¿Algo que pueda contar?
Sólo
le diré que aquella noche pasaron por nuestro despacho, que estaba en
la calle Prim, muchos, muchísimos civiles. Aquello tenía un volumen muy
distinto a lo que luego se ha dicho.
¿Y qué pensó?
Sentí más la incertidumbre que el día que murió Franco.
Hoy en día, las Fuerzas Armadas salen en las encuestas como una de las instituciones mejor valoradas por los ciudadanos.
Cierto. Hubo sectores interesados en hacer creer que el Ejército era el coco.
Como general mandó la Brigada Mecanizada Spabri V en Bosnia-Herzegovina. Cuéntenos algún momento complicado.
Durante
las elecciones de la república Srpska tuvimos que tomar dos repetidores
que estaban ocupados por soldados serbios. Gracias a Dios, fueron
golpes de mano incruentos, porque los sorprendimos durmiendo. También
fue complicado cuando elementos musulmanes atacaron instalaciones
industriales controladas por croatas y tuvimos que interponernos. Otra
misión delicada fue cuando liberamos el corredor de Stola del control de
los contrabandistas de armas.
Allí, los españoles dejamos buen recuerdo.
Sí,
demostramos la capacidad que tenemos los españoles de eliminar
problemas gracias a nuestra humanidad. Muchas reuniones complicadas que
teníamos con líderes croatas o serbios se arreglaban previamente con una
botella de Rioja. No se puede imaginar la importancia diplomática que
tiene una tortilla de patatas y una botella de vino. Al segundo trozo de
tortilla y la segunda copa de vino, muchas dificultades han
desaparecido y se habla de lo que hay que hablar. Un día se presentaron
unos militares norteamericanos y nos pidieron que le diésemos nuestro
reglamento de relaciones humanas, algo que, evidentemente, no teníamos.
Bosnia tuvo una enorme importancia para el Ejército español, porque fue
una gran escuela logística y de procedimientos. Nos enseñó qué es lo que
había que hacer y cómo había que hacerlo.
La orden de retirada de Iraq que dio Zapatero, ¿dolió mucho en el Ejército?
El
Ejército está a las órdenes del Gobierno y de las instituciones. Lo que
tiene que hacer es cumplir órdenes que se le den. Ahora bien, no le
negaré que aquello fue un golpe duro para el Ejército. De allí salimos
mal y tropas de países aliados llegaron a cacarearnos. El general Muñoz,
que fue el que mandó la operación muy bien -tenga en cuenta que las
retiradas son muy difíciles de dirigir-, dijo que lo más duro fue lo que
tuvo que observar en los aliados de otras naciones. La disciplina es la
disciplina. Si el Gobierno te da una orden la cumples y se acabó.
Llegamos a Afganistán, una guerra encubierta que se ha intentado silenciar por parte de los políticos.
En Afganistán hay dos guerras: la que se desarrolla en la parte este, que la llevan solamente los americanos; y Libertad Duradera,
que es en la que colaboramos todos los países y que consiste en la
reconstrucción del país y en la colaboración con la sociedad civil. Pero
claro, todo esto se hace en un medio muy hostil y para el soldadito que
está allí recibiendo tiros por todos lados aquello es la guerra... Es
una guerra total. Ya se han concedido bastante cruces rojas, que es la
que se da cuando hay situaciones reales de combate.
|