Fuente: AVILE
Este barco fue botado al agua el 31 de
agosto del 1828. La madrina de este acto fue la Infanta Victoria
Eugenia estampando una botella del mejor vino que había en aquella época
sobre el casco del buque. El primer propietario del buque fue Don
Antonio López, primer Marqués de Comillas, fundador en la segunda mitad
del siglo XIX de la Compañía Trasatlántica. El barco fue desguazado el
26 de marzo de 1962 en Bilbao. Las causas se debieron a un incendio que
terminó con historia de aquel barco tan enorme. Esta reseña anterior la
he obtenido en una web de barcos.
Este viaje cuyo relato empieza a
continuación duró desde el día 4 de marzo, fecha en la que salimos de
casa mi amigo Domingo Bernardo Miranda y yo, hasta el día 16 del mismo
mes.
El Marqués de Comillas. Un gran incendio terminó con él en el muelle de Bilbao.
Las bodegas del barco comenzaron a
llenarse de quintos el día 5 de marzo, primeramente por un grupo de
asturianos y después por uno de gallegos que embarcaron en La Coruña,
pasándose desde el 5 hasta el día 16 en el barco sin salir del mismo.
Bajaron bordeando la costa de Portugal y en el camino tuvieron una
avería que tardaron cuatro días en reparar. Durante la espera, los
quintos no lo pasaron nada mal, pues cuando embarcaron lo hicieron
acompañados de garrafones de vino y otros de aguardiente, por lo que no
quiero decir lo sucio que estaba el piso del barco de vomitonas.
Creo que en aquel barco viajábamos
algo más de 2500 personas, así que íbamos como sardinas en banastas.
Había una fila de sargentos y cabos primeros desde la entrada del barco
que iban diciendonos donde nos teníamos que colocar. EL BARCO DE LA AMARGURA; así era como le llamábamos nosotros, los que viajábamos en él.
Habíamos estado cuatro días con sus
noches bajo los graderíos del campo de fútbol Ramón y Carranza, en Cádiz
donde todo estaba muy limpio. Cuantos de los que fueron a tiradores se
estarían acordando toda la mili de los cuatro días que pasamos allí. Un
domingo por la mañana, nos mandaron formar, para trasladarnos a un
cuartel de transeúntes que había cerca de donde estábamos instalados. El
motivo era el siguiente, que había un partido de fútbol y que teníamos
dejar libre el estadio.
Salimos perdiendo con el cambio aquel,
ya que nos llevaron a un cuartel muy viejo y destartalado y pasamos un
domingo fatal sin salir hasta que por la tarde, a las siete, nos mandan
salir y otra vez, de tres en tres con la maleta al hombro, para
llevarnos de nuevo bajo las gradas de aquel estadio con el que ya
estábamos familiarizados con aquellas instalaciones que se las veía que
no llevaban mucho tiempo construidas.
Al llegar allí cogimos una colchoneta
de paja de cebada que picaba como si estuviera llenas de pulgas y no era
así, es que la paja de la cebada para los que no lo sepan, les diré,
que siempre pica así. Todo el mundo estuvo rascándose largamente, ya que
no podíamos ducharnos pues las duchas estaban cerradas. Durante los
cuatro días que estuvimos en el estadio salíamos a comer a la puerta de
éste ya que allí había una explanada muy grande. De los días que pasamos
en Cádiz, me estuve acordando durante toda la mili.
Todos, el que más o el que menos,
llevábamos unas mil pesetas encima, que daban mucho de sí. Los chorizos
que llevábamos en la maleta iban mermando rápidamente y decía un
compañero mío de Velliza que había que irse acostumbrándose a comer el
rancho, y nosotros le contestábamos que en lo que duraran los chorizos
no había problema.
Así llegamos al 12 de marzo, día que
nos tocó salir de Cádiz sin saber dónde íbamos. Veíamos salir a EL BARCO
DE LA AMARGURA, tirado por un remolcador, cosa que hacían todos estos
barcos tan enormes. Con la cartilla militar en la mano que nos habían
entregado en la zona o en la capitanía general de Valladolid, como se
llamaba entonces, partimos. En dicha cartilla militar ponía: destino "Intendencia de Sidi-Ifni", y pensamos todos en aquel destartalado barco que el destino sería el que ponía en nuestra cartilla militar.
En el barco también viajaba una docena
de legionarios, que vendían rifas para un reloj y también nos vendían
unas latas de una cerveza extranjera. Recuerdo que les compre una lata
por la que me cobraron 15 pesetas pero con la sed que pasábamos, aquella
cerveza fría logró calmarme la sed durante todo el viaje, aparte de que
llevábamos una botella cada uno de agua y algún resto del paquete que
nos quedaba.
Pasamos la primera tarde muy
entretenidos con los legionarios, hasta las 8 de la tarde, hora en la
que repartieron la cena. Todos en filas de a tres con disciplina militar
pasábamos donde nos daban el rancho aquel que constaba de un cazo de
rancho, el pan y una naranja.
A eso de las diez cada uno a su sitio;
el que nos habían asignado para dormir. A un compañero y a mí, nos tocó
un billete de pasillo que había en el primer piso del barco. Los
camarotes ya estaban ocupados. Nos tocó frente a la entrada de un
retrete y cada vez que entraba uno nos pisaba y nosotros poníamos el
grito en el cielo. Otros compañeros tuvieron peor suerte que nosotros,
les tocó en la cubierta de arriba, en la piscina que estaba vacía de
agua y que era bastante grande, de unos 5x5 metros. Allí, aunque tapados
con una manta, pasaron mucho frío durante las cuatro noches que pasaron
en cubierta pues las noches en mar Atlántico son muy frías.
Al día siguiente por la mañana con el
plato de aluminio, todos a la fila donde nos daban el desayuno; un cazo
de agua teñida de negro a lo que llamaban café, que aunque estaba mal
condimentado, sentaba muy bien a nuestro estomago ya que a muchos se nos
había revuelto.
Así pasaron las cuatro noches en el
barco. Al amanecer el quinto día sentimos que se habían parado los
motores del barco y al asomarnos por cubierta se divisaba una pequeña
población, toda ella blanqueada. Era Las Palmas de Gran Canaria. Allí se
bajaron del barco unos amigos y paisanos míos, Félix Bazán, Celestino
Barajas y Jesús Beato, de Velliza. A eso del medio día, el barco se puso
de nuevo en marcha sin que nosotros conociéramos nuestro destino.
Llegamos dos horas más tarde a Santa Cruz de Tenerife, donde
desembarcamos el 16 de marzo. Nos subieron en unos camiones militares
hasta un pueblo que se llamaba La Cuesta.
Día 17 del mismo mes por la mañana, a
la peluquería, donde nos arreglaron muy bien el pelo, nos llevaron a las
duchas y nos entregan la ropa militar, la camiseta y los calzoncillos
que eran blancos estaban negros. Nos vestimos con la muda limpia, el
mono y un jersey que nos habían dado y las zapatillas blancas y ya no
parecíamos nosotros mismos.
El día 18 nos pusieron la vacuna y por
la tarde en el cuartel de La Cuesta en unas pilas de cemento que había
en la parte de abajo del cuartel, pudimos lavarnos la ropa pues teníamos
mucha.
El día 19, día de San José nos
formaron con el traje de paseo y nos llevaron a misa al cuartel de
automóviles que estaba a nuestra izquierda y pasamos la tarde cosiendo
todos los botones de la ropa que nos habían dado.
El día 20, a las 11 de la mañana nos
mandaron formar con la maleta en una mano y el saco de petate en la otra
y nos ordenaron echarlas a un camión, para después en filas de a tres
llevarnos andando hasta el Campamento de Hoya Fría, que estaba a cuatro
kilómetros de distancia. Las zapatillas que me dieron, me estaban
pequeñas así que llegué con la lengua fuera. Esa misma noche cuando
todos dormían se las cambié a otro que dormía dos literas más a la
derecha de donde lo hacía yo. No vean que alivio sentí.
Al día siguiente después de desayunar
nos mandaron formar y nos pusieron a marcar el paso durante 20 días sin
el mosquetón. A los 20 días, piden voluntarios para hacer el cursillo de
conductores. Salimos 12 y otros 17 para cabos. Esta vez nos mandaron
subir al camión con todo el equipaje y nos llevaron a La Cuesta Allí
empezó lo bueno. Nos llevaba el cabo voluntario Óscar al cuartel de al
lado y si por la mañana hacíamos teórica, por la tarde prácticas o
viceversa. Recorrimos varios pueblos como La Victoria, Acentejo, La
Laguna, La Orotaba, Los Cristianos, en fin que recorrimos la isla de
Norte a Sur. De los 12 que hacíamos el curso, aprobamos 10, y de los 17
que estaban para cabos salieron 15.
Teníamos un brigada y un sargento
canarios que eran buenísimos con nosotros por lo que conservé un buen
recuerdo de ellos toda la mili. El treinta de mayo juramos bandera en
Santa Cruz de Tenerife. El capitán de la compañía pronuncio estas
palabras que más o menos decían así: -"Soldados españoles juráis a
Dios y prometéis a España ser obedientes a vuestros jefes y derramar por
la patria hasta la última gota de vuestra sangre", y nosotros contestábamos: -"Si juramos" a lo que replicaba el capitán: -"si así lo hicieres que el Cielo os lo premie, y sino que os lo demande". A continuación cantamos el himno de Intendencia, desfilando en filas de tres, que reza así:
"Dichoso yo que piso el noble santuario
en que las PALMAS brillan bañadas por el SOL,
que irradia sus destellos sobre el escapulario
rojo y gualda que un día juré como español.
Sellando una muralla de torres de granito,
de mi PATRONA SANTA la cuna puedo ver;
y es eco santo de ésta, sin duda alguna, el grito
que trázame imperioso la ruta del deber.
Tres santos ideales, cual faros de mi vida,
alumbran mi camino con mágico fulgor.
Esta parte es recitada
¡Soldados! entre nosotros
no hay sitio para el que olvida
que incluso la propia vida
por la Patria se ha de dar;
y si alguno lo olvidara...
¡que no ciña espada al cinto!
¡¡ni vuelva el noble recinto
de la Intendencia a pisar!!
Dichoso yo que, joven, con ilusiones riego
las PALMAS que florecen doradas por el SOL,
por ese Sol tan puro que enciende con su fuego
la sangre del valiente Ejército español.
¡Viva España!
Fue un acto que quedó grabado para siempre en mi corazón.
Día 17 de junio. Ese día nos
entregaron el mosquetón a los que habíamos hecho el curso de
conductores. A mí me toco uno bastante nuevo, era el 2ku-140, que solo
disparé cuando fuimos a el ejercicio de tiro, estando ya en Sidi-ifni.
Día 18 de junio. Después de desayunar
nos subieron a los camiones con el mosquetón al hombro, la maleta en la
mano derecha y la bolsa de petate en la izquierda, y nos llevaron al
muelle de Santa Cruz, donde nos estaba esperando el trasbordador "Virgen
de África", flamante por su blancura y su limpieza. A mí para no fallar
me tocó un viaje en el pasillo de la cubierta. A la una de la tarde
zarpaba el barco lleno de militares. Cuando se hizo de noche veíamos las
luces de una gran ciudad, que eran las luces de Lanzarote y a las seis
de la mañana notamos que se habían parado los motores, nos asomamos a la
barandilla del barco y vimos que estaba a un kilómetro y medio de la
playa y que no había muelle. Esto sucedió el día 19 de julio
Cuando se hizo de día vimos
aproximarse al barco unos vehículos, jamás vistos antes por nosotros.
Éstos eran parecidos a las tanquetas, que hay ahora en el ejército. Se
les llamaba anfibios, que lo mismo andaban por la arena de la playa que
se adentraban por el agua del mar.
Sobre el desembarco ya escribí en un artículo que se titula: DESEMBARCO EN IFNI, donde continúa esta leyenda.
Saludos para todos los que pisaron por Sidi-Ifni y el Sáhara.
Felices Pascuas y año nuevo 2016
A.Tomás Bermejo Rodríguez
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