Fuente: diariovasco.com
Alfonso Carlos Alsúa vive en Irun con su esposa. En su vivienda
guarda testimonios de hace ahora cincuenta años, cuando
cayó preso en la guerra de Sidi Ifni, que enfrentó a
España con Marruecos.
SAN SEBASTIÁN. DV. «Nota del Ministerio del
Ejército» titulaba a una columna El DIARIO VASCO el
miércoles 27 de noviembre de 1957, en primera página.
«Hace ya algunos meses, la paz y el orden en nuestros territorios
de Sidi Ifni y Sahara vienen siendo alterados por la presencia en las inmediaciones de sus fronteras con el territorio marroquí, de
bandas armadas del llamado Ejército de
Liberación...», seguía con una prosa de la
época. Comenzaba así la guerra de Sidi Ifni, otro
enfrentamiento entre Marruecos y España que comenzó
oficialmente el 23 de noviembre de 1957. El reino alahuita de Mohamed V
reivindicaba a Franco los territorios costeros del sur marroquí
colonizado por España hace dos siglos. Miles de soldados de
reemplazo fueron destinados a Sidi Ifni, la capital de aquella
provincia, y los alrededores para frenar las acometidas de los
marroquíes armados. Entre ellos, muchos guipuzcoanos.
Carlos Alsua vive en Irun. Nació en Pamplona pero lleva
más de cuatro décadas viviendo en la ciudad fronteriza.
Él tiene un imborrable mal recuerdo de aquel conflicto que hoy
cumple medio siglo en medio del olvido institucional. Será que
el Gobierno español quiere pasar en silencio por esta lucha
histórica, tal y como están de heladas ahora las
relaciones con el vecino marroquí.
«Aquel es un pequeño territorio en el Sahara»,
describe con una portentosa memoria este jubilado irunés.
Marruecos reclamaba la independencia de los protectorados a la Francia
de De Gaulle y a la España de Franco. «Era marzo del
año 1957 cuando me llamaron a filas y en junio ya estaba de
policía del ejercito en Sidi Ifni». Le destinan al
campamento de Tagraga. Nada más llegar al puesto de vigilancia,
a 40 kilómetros, «hubo un ataque», recuerda.
«No eran soldados uniformados, sino bereberes. Pero luego con el
tiempo hemos comprobado que se trataba del ejército disfrazado
como las tribus de la zona porque todo el armamento era del
ejército marroquí, armado por España... ¿y
mejor que el nuestro!», clama. Cada puesto contaba con quince
policías, que debían dar la voz de alarma y defender su
posición rodeados de dunas y desierto. Atentados y acosos
continuos hasta que en agosto «cortaron una línea de
teléfono. Fuimos varios policías para proteger su
reparación», recuerda.
Prisionero
Cómo recuerda de nítida la fecha del comienzo de las
hostilidades oficialmente: 23 de noviembre de 1957. Ya se lo esperaban
tras meses de asaltos. «Atacaron todos juntos». Eran 2.800
soldados españoles, «contra 10.000-12.000 moros». En
ese momento no piensan en las reivindicaciones de tierras por parte
marroquí sino en defenderse de los ataques. Su grupo adelantado
de vigilancia fue de los primeros en ser atacados. «Nos metimos
en una casa de adobe para defender el paso hacia Sidi Ifni. Pero los
marroquíes nos disparaban con morteros. Hasta que cayó el
techo, luego toda la casa y nos hicieron prisioneros a los nueve. Vino
un oficial en un jeep con bandera blanca a decirnos que nos llevaba al
cónsul de Agadir. Estábamos solos y nos fuimos con
él». En la población de Tabelcut. En la frontera.
Iba armado con un fusil «naranjero» que se lo quitaron.
«Nos habían mentido». Les metieron en un
autobús, «atados al asiento con cuerdas por el cuello, las
muñecas y los pies». Horas de viaje por aquellas
carreteras de polvo cruzando las montañas hasta llegar a un
campamento del ejército marroquí en Mirleb.
«Estuvimos seis meses encerrados sin ver el sol. Nos pegaban sin
motivo. Nos hacían ponernos de puntillas junto a una pared con
la cabeza apoyada. Cuando te caías, te golpeaban con la culata
del fusil o a patadas. O te quitaban pelos del pubis y te los
metían en la boca». Comían sólo nabos
«y bebíamos una agua sucia caliente por la noche».
Les obligaban a cavar en el suelo. «Nos apuntaban con las armas
haciendo con la boca ¿pum! para asustarnos». No llegaron a
matar a ninguno, «pero hirieron a uno en una pierna con una bala
que dijeron perdida».
A los seis meses les trasladaron a otro puesto. «No nos
pegaban ya. Nos daban algo de comer y llegaron más
prisioneros». Así no sólo hasta que finalizó
la guerra, en junio de 1958, «sino varios meses más hasta
mayo del 59». Cuenta Alsúa: «García Guerra,
un corso, viajó con Mohamed V a Córcega, donde fue
liberado porque era francés y Marruecos quería
congraciarse con Francia. Allí contó a los medios
informativos que aún había soldados españoles
prisioneros, a pesar de que la guerra había acabado». Las
declaraciones llegaron hasta Madrid y allí se gestionó su
liberación cuando la prensa se hizo eco del caso.
No recuerda que hubiese oficiales prisioneros pero sí que su
máximo responsable, el teniente Felipe Soto Fernández, de
Zaragoza, llegó a general. décadas después. En
esta guerra silenciada por Franco, murieron 300 soldados y otros 500
fueron heridos. Todos de reemplazo.
La liberación
Antes de que llegara el día de su liberación,
recuerda Alsúa -nada que ver con los magníficos
futbolistas iruneses- «nos dieron para comer carne podrida. Nos
negamos y nos pegaron». Pero reconoce que el trato fue normal.
«El día que nos liberaron era el 6 de mayo de 1959. Nos
llevaron a un puesto y nos dieron una maleta vacía. No
sabíamos qué pasaba, pero imaginamos que nos liberaban.
Nos dijeron de ponernos un traje, de los cientos que había. Nos
los probamos y nos llevaron en autobús a Rabat». Eran 40 y
no les dijeron nada. «Nos metieron al palacio del rey. Nos
dijeron que estuviésemos callados y firmes. Nos pusieron por
filas. Llegó Mohamed V con su hijo Hassan y otras autoridades,
como el embajador español. El rey nos dio la mano, sin hablar
con nadie».
Después se los llevó el embajador, se fueron a cenar
y al día siguiente viajaron hasta Ceuta, de allí a la
península, a Algeciras, a Madrid y desde la capital a sus
respectivas casas. «A los meses nos llegó una encuesta del
Ministerio del Ejército a ver qué tal nos habían
tratado. Pero nunca nos preguntaron personalmente qué nos
había pasado». Ahora, 50 años después,
sí que se lo preguntan los de CiU «recordando el
cincuentenario» y reclamando un reconocimiento económico.
Tan poco les reconocieron su sacrificio como prisioneros. Cuando
Carlos Alsua dejó de pasar la revisión de su cartilla
militar al año siguiente porque se fue a Francia a trabajar en
la construcción, la Guardia Civil le multó con 250
pesetas de primeros de la década de los sesenta cuando
volvió para afincarse en Irun.
Hoy vive feliz con su mujer en la ciudad irunesa y guarda carpetas
de recuerdos de su paso por la guerra de Sidi Ifni que apenas la
vivió pero la padeció como prisionero de los
marroquíes. «He vuelto como turista hasta Agadir y no me
ha apetecido seguir más abajo, hacia donde
estábamos», susurra.
Sí en cambio entró a visitar el palacio donde les
despidieron el día de su liberación. Todo ello
además lo ha recogido y contado en su página web
www.alsuayelsahara.visitame.es
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