Cuando durante el periodo de instrucción en el Campamento del Grupo de
Policía "IFNI Nº 1" fui llamado para un examen en la Compañía Mixta
afecta al Cuartel General, iba más contento que unas pascuas. Con la
impresentable facha de recluta –pantalón corto, camisa, botas "segarra" y
gorro cuartelero– marchábamos Eduardo Jardí Besa y yo –él para un
examen de oficinista en la 1ª Compañía– con la esperanza de obtener un
"destino" para evitarnos –hay que hablar con claridad– los duros
servicios que los veteranos, con su mala uva habitual, nos pintaban de
feroz e inhumano, me sentí bien acogido por el cabo Juan Torres Domarco
–de Elche– y por el brigada Naveira que eran quienes llevaban la Oficina
de Autos de la compañía, así como la Jefatura Provincial de Tráfico,
todo ello bajo el mando del capitán Don Manuel Castilla Ortega, a quien
también conocí aquel día.
Fortes, en el patio de la Mixta –sin gorra–, con el sargento Alonso y un trabajador de Talleres
Al regresar al Campamento suponía que sería
admitido pues me defendí admirablemente con la máquina de escribir, el
brigada se identificó conmigo al constatar que ambos éramos hijos de
ferroviario, mientras que el capitán a lo largo de su interrogatorio me
parecía que daba cabezadas de asentimiento ante mis estudios de Derecho y
mi titulo de funcionario del Estado, con destino en la Administración
de Justicia.
Pero cuando estaba a punto de clausurarse el Campamento –aquel año de
1961 duró cuatro meses– y fui llamado una mañana para presentarme en la
Mixta resultó que me encontré con el siguiente panorama: el capitán se
había marchado con permiso de cuatro meses y en su lugar estaba, como
sustituto, otro capitán –Don José Guerra González–; el brigada Naveira
cesaba ese mismo día en el puesto y se marchaba a su Galicia natal. Solo
quedaba el cabo Torres Domarco y la vaga promesa de Naveira de que
hablaría con el suboficial que le sustituiría en Autos –Don Antonio
Fortes Calderón– para ver si me confirmaban, entre unos y otros, en el
"destino" que ya tenía tan asumido como algo tangible e imposible de
revocación. El interrogatorio del nuevo capitán me dio alguna esperanza,
pese a que estaba rodeado de otros dos reclutas –José Gómez, sevillano,
y Carmelo Medina Ruiz, de San Fernando– que parecían de su absoluta
confianza. No obstante, concluido el Campamento el 18 de Julio de 1961,
se me pasaportó al día siguiente a la Mixta –junto con otros cuarenta y
dos reclutas de la Policía– y fui muy bien acogido por el capitán, por
el cabo Torres Domarco y por el sustituto de Naveira, el sargento 1º
Fortes con quien tuve el honor de compartir la Oficina de Autos y
Jefatura de Tráfico durante un largo año, persona a la que tomé tan gran
afecto que los años no solo no lo han borrado sino que entiendo se ha
robustecido.
Al publicar unas modestas memorias de mi
paso por Sidi Ifni, basadas en el diario que llevé durante la "mili"
–IFNI 1961-62: MEMORIAS DE UN SOLDADO–, en las páginas 232 en las
páginas 232 a 236, de la segunda edición del año 2009, al referirme a
esa gran persona, lo siguiente:
D. Antonio Fortes Calderón ‒Sargento
1º‒. Era de estatura más bien baja, grueso, de 48 años de edad ‒había
nacido en 1.913‒ que aunque vestía el uniforme colonial como el brigada
Naveira, no parecía estar tan "orgulloso" de él. Estaba casado, no tenía
hijos y había nacido en Ceuta; desde niño se había relacionado con
magrebíes y hablaba ‒también escribía‒ el árabe "dariya" o "cherja"
lengua común de los marroquíes, y el dialecto de los Ait Baamaranis
‒utilizado en Ifni‒. Llevaba 25 años en el Territorio ‒desde 1.936‒,
destinado primero en la oficina de Asuntos Indígenas, pasando
posteriormente a formar parte del organigrama del Gobierno General de la
provincia, y había estado al frente de la oficina de "Autos" en otra
época, de la que le había desplazado su compañero Naveira. Volvía pues a
un antiguo destino y supongo que con no muy buena fama de cara al
capitán Guerra ‒seguro que Naveira le habría dicho por lo menos lo que a
mí me dejó caer, o sea lo de "poco trabajador e incompetente".
Este hombre tan poco militar ‒en el
sentido peyorativo de la palabra "militar"‒, de una bondad monacal,
vivía obsesionado por la circunstancia de que estando muy próximo su
retiro por edad ‒me parece que le faltaba menos de dos años‒ era tan
solo sargento 1º, cuando según sus cálculos debía ser brigada o
subteniente. Lo achacaba a que al estallar el Movimiento Nacional, el 17
de Julio de 1.936, no se había presentado voluntario para pasar a la
Península, ‒se indignaba al recordar que le tachaban de "emboscado"‒. A
partir del 16 de Agosto en que el Territorio se unió a la sublevación
militar. Por sus conocimientos del árabe, y su destino en la Oficina de
Asuntos Indígenas, había participando activamente en la recluta de
nativos para los seis Tabores de Tiradores de Ifni, que se enviaban a la
Península durante la Guerra Civil.
Aunque sus ascensos habían sido
pocos y espaciados, sus destinos le habían reportado buenos beneficios,
ya que no ocultaba el tener propiedades en Las Palmas ‒de allí era su
esposa‒, y que al retirarse instalaría una academia de enseñanza para
conductores, en aquella capital.
En las interminables horas en que
"no se hace nada" en la oficina, o sentados a la puerta de la misma, se
dejaba llevar por divagaciones como esta: me preguntaba por mi sueldo
como funcionario de Justicia que percibía en mi vida civil, y al
contestarle que la suma total eran 1.800 pesetas mensuales, me explicaba
que él ganaba 20.000 pesetas al mes, tenía casa facilitada por el
Ejército y pocos gastos, y por ejemplo, cuando se iba de permiso
colonial se llevaba 100.000 pesetas, el sueldo del mes anterior y los de
los cuatro meses del colonial, y encima percibía el importe de los
billetes de avión entre Sidi Ifni y el sitio más alejado de la Península
‒La Coruña‒, aunque por sus amistades viajaba gratis en la estafeta
aérea, y su único inconveniente era acudir al Gobierno Militar de La
Coruña, antes de regresar, para que le sellaran su pasaporte,
acreditando que había estado allí.
El sargento 1º Fortes era quien ‒por
dejación del capitán‒ examinaba a los aspirantes a conductores
‒soldados de reemplazo que aprovechaban la coyuntura para llevarse a su
casa el carné de 2ª, e incluso de 1ª para los que habían cumplido los 23
años de edad‒, y todo el mundo sabía la pregunta de circulación que se
le haría: la señal indicativa de las vías con prioridad, que como es
obvio en Ifni no existía ninguna,, y la prueba de conducción ‒subir una
ligera rampa, sin utilizar el freno de mano, y a mitad de la misma
pararte sin que el vehículo se fuera hacia atrás‒. Todos aprobaban
‒había una manga ancha impresionante, aunque estos se examinaban, otros
no hacíamos examen, pero por lo menos estábamos en Ifni, mientras que,
los recomendados del capitán, no se movían de Sevilla‒ y aquellos
soldados que cumplían los 23 años después de licenciarse, se dejaba todo
el expediente preparado para aquel momento, en el que se expedían los
carnés y se les remitían por correo a la dirección que ellos mismos
habían plasmado en un sobre debidamente franqueado. Las tasas
provinciales, tanto para el carné de 1ª como el de 2ª, eran 259,50
pesetas que se abonaban al iniciar los trámites para la obtención de
aquél.
Zoco Nuevo en el que Fortes poseía dos tiendas
En cierta ocasión el Sargento 1º
Fortes me sorprendió al descubrirme que dos de las tiendas del Zoco
Nuevo eran de su propiedad, aunque tenía al frente de ellas a sendos
moros, y antes las habían regentado su padre y una sobrina ‒el padre
había tenido otro puesto en el Zoco de Tilliun, donde había vivido, pero
era civil‒ ya que me pidió le ayudara en la confección del inventario
que tenía que hacer, porque había concertado su traspaso.
Que era un buen negociante no cabe
la menor duda. En Marzo de 1.962 solicitó su permiso "colonial"
reglamentario con el solo objeto de comprar un coche, bien un Opel
Rekord Olimpia o un Mercedes, para lo que se desplazó a Las palmas
–puerto franco– en donde su precio era de 20.000 y 100.000 pesetas,
respectivamente. Traerá el vehículo a Ifni, donde lo matriculará, y
cuando se retire podrá llevarse el coche sin pagar ningún tipo de
impuesto ni arancel aduanero.
Su trato para conmigo fue tan humano
como el que hubiera podido tener para el hijo de que carecía y en
ocasiones, cariñosamente, me llamaba "Manolín".
En este patio se hacían las “prácticas” de vehículos
Anteriormente a la publicación de mi
libro de memorias, el catalán Josep M. Contijoch, que hizo la mili en el
Grupo de Policía en la quinta que les tocó soportar la guerra de
1957-58, y que estuvo destinado en el Grupo Mixto –precedente de la
Compañía Mixta en la que yo serví– y precisamente en la oficina a las
órdenes directas del sargento Fortes, en su interesante libro "SIDI IFNI
(IMPRESIONES DE UN MOVILIZADO)" hace diversas referencias al mismo,
según es de ver en las páginas 135 y 136:
Esa Oficina la dirigía el comandante
de Estado Mayor, Don Alfredo Nogales Marín –que vivía en la Avenida de
Canarias, nº 5– sustituido cuando el servicio lo demandaba, por el
comandante José Iglesias. La plantilla de la Oficina la formaba el
brigada Antonio Naveira, un sargento –Antonio Fortes–, el archivero, el
cabo Felipe Abad y yo mismo en calidad de mecanógrafo... Fortes era ya
mayor en aquella época –pasaría de los cincuenta años–. Persona de
mediana estatura, rechonchito, con el pelo negro encrespado, calva
occipital incipiente, ojos vivos y facciones correctas. Vivía en la
calle Coronel del Oro nº 3. Llevaba más de veinticinco años en el
Territorio y hablaba el árabe como los nativos, a los que frecuentaba
interpelado por motivos profesionales. Fortes estaba estancado en el
escalafón militar y una ocasión me contó el motivo, que no era otro que
no haberse presentado voluntario para el frente de la Península en los
tiempos de la guerra civil. Por esa razón "sabía que moriría de
sargento".
Hablando recientemente con otro de los
policías de aquel reemplazo –José Sabater Fernández–, con destino en el
Grupo Mixto, salió a colación el sargento Fortes, del que guardaba una
grata memoria como persona. Y aunque no estuvo nunca a sus órdenes
directas ya que en su oficina estaba el compañero –Contijoch–, sacó la
conclusión de que era un eficiente militar, muy considerado con sus
subordinados, que tenía el respeto y la consideración de cuantos
componían el Grupo en aquel difícil periodo, conclusión que está seguro
es a la que llegaron tanto Contijoch como el alicantino Leoncio Segura,
el policía encargado del "poste" de abastecimiento de gasolina dentro
del Cuartel... En resumen, cuantos lo conocieron y trataron durante el
servicio militar hablan bien, muy bien del querido y recordado sargento
Fortes.
Complejo del Grupo Mixto y el Estado Mayor de Ifni
Casualmente hace unos pocos años entré en relación gracias a Internet
con María del Carmen Acebo Fortes, que hacía amplias referencias a Ifni y
por su segundo apellido pensé si podía ser pariente de nuestro
sargento. Efectivamente, era sobrina carnal, hija de una hermana de
aquel.
La sobrina en la tienda Antón de la calle 6 de Abril
Tras varias peticiones por mi parte conseguí que María del Carmen me
enviara unas cuartillas aclaratorias y definitorias de su tío Antonio,
que no creo tenga inconveniente en que las transcriba:
Mi tío Antonio nació en Benamargosa –Málaga– siendo el tercer
hijo del matrimonio formado por Francisco Fortes y Antonia Calderón. La
mayor de los hermanos fue mi madre, Ángela, después la seguía Francisco;
el nacimiento de Antonio llevó consigo la muerte de la madre. Como el
padre trabajaba en Ceuta dejó a sus tres hijos pequeños a cargo de una
tía en mi pueblo. Cuando mi tío tenía once meses su padre –mi abuelo– se
volvió a casar para poder tener a sus hijos junto a él y se los llevó a
Ceuta en donde mi dicho abuelo, que hablaba árabe, trabajaba como
capataz para un ingeniero asturiano apellidado Álvarez que en aquellos
tiempos se dedicaba a la obra pública, construyendo el muelle "Dato" en
Ceuta. Viajaban frecuentemente en tren desde Ceuta a Tánger y recorrían
el Rif buscando vetas de minerales. El ingeniero iba acompañado de su
familia, de la familia de mi abuelo, y llevaban con ellos un maestro y
un médico. Mi madre me contaba que mi tío Antonio de niño era muy feliz y
que donde le gustaba estar era en las madrasas con los niños nativos;
allí es donde aprendió con fluidez el árabe, y el bereber o cherja,
hablado y escrito. Siendo muy joven un caballo le dio una coz y le
tuvieron que extirpar un testículo.
Mi abuelo comenzó a trabajar como contable con Juan March y
cuando el golpe de estado de Franco, gente de Ceuta adicta al Alzamiento
hablaron con los tres contables y les dijeron que tenían que
ingresarlos en el Hacho para "protegerlos" de los republicanos; mi madre
y mi abuela le llevaban comida, ropa limpia y demás. No estaba
formalmente preso, iba libre... Tenía muchos amigos y uno de ellos que
le visitó le aconsejó que huyera, que estaban allí para matarlos ya que
sabían demasiadas cosas de Juan March, y como uno de los tres contables
"desapareció", en un día que pidió permiso para bajar a Ceuta para
arreglar unos papeles, cogió a mi abuela y se fue a Tantán con mi tío
Antonio. De allí se fue a Tiliuin y montó un comercio; supongo que
sabían que estaba allí pero lo dejaron tranquillo. Más tarde mis padres
al quedarse solos también se fueron para Sidi Ifni.
Ingresó –mi tío Antonio– muy joven en el Ejército, convencido por
un jefe militar amigo de mi abuelo y por los idiomas que hablaba. De
Ceuta fue destinado a Tantán y en un permiso en Gran Canaria conoció a
mi tía Lidia, recién llegada su familia de la Argentina –la familia de
mi tía eran un montón de hermanos–. Tras casarse volvieron a Tantán y
desde allí lo destinaron al puesto de la Policía de Tiugsa-Tagragra, en
donde fueron felices ya que en los destacamentos "todos eran amigos de
todos"; igual que fuese un coronel o un cabo... ¡Todos se necesitaban!
Por cierto que en aquel destacamento de Tagraga nació Maruchi –María
Teresa Suárez Lorenzo–, la primera "europea" que venía al mundo allí,
que fue amadrinada por una hermana de mi tía Lidia que pasaba una
temporada con ellos en aquel lugar.
El puesto de Policía de Tagragra
Cuando te comentó que ojalá no
se hubiesen venido de los destacamentos es porque mi tía cambió mucho
cuando llegó a Sidi Ifni. Aquí la gente no era igual "siendo los
mismos"; se dio cuenta de las diferencias sociales. Ella cosía muy bien y
todas –llamémosles las "oficialas"– miraban a las demás por encima del
hombro y mi tía se moría por poder entrar en el Casino... Y así dejaron
de ser felices, aunque no lo aparentaban. Mi tía era una mujer dulce,
que hablaba con cariño, pero mi tío no era un hombre feliz.
Cuando se jubiló –como subteniente
de Infantería, con destino en el Gobierno General de Ifni– montó en un
pueblo de Canarias una granja de chinchillas; pero eso llevaba demasiado
trabajo para una persona sola.
Su preocupación por el dinero,
después de jubilarse, era que se compró un piso en Las Palmas, para lo
que le mandó poderes a un hermano de mi tía, y un año que fueron de
colonial, descubrió que el piso se lo puso a su nombre el cuñado, no al
de ellos –su explicación fue que como no tenía hijos, cuando se muriesen
pasaría a él–. Mi tío, lógicamente, lo denunció y ganó el juicio; mi
tía no quería llevar a juicio a su hermano, le decía que lo dejara ya
que al final iba a ser –el piso– para ellos, pero mi tío dijo que él
también tenía hermanos y sobrinos.
Tantán –puro desierto– donde estuvieron mis tíos y mis abuelos
Un sufrimiento que siempre tuvo mi tío fue su hermano Francisco. La
abuela –la segunda esposa de mi abuelo– sentía pasión por mi tío
Antonio, no tenía mucho cariño por mi madre ni por mi tío Francisco.
Este tío mío –Francisco– sufrió una meningitis de niño; a partir de esa
enfermedad fue un niño raro –me contaba mi madre, con sufrimiento–.
Ingresó en la Legión al poco de fundarse, con permiso paterno; vivió
unos años con una mujer casada que era madrileña –por aquel tiempo se
acercaban muchas mujeres a los puertos francos a ejercer la
prostitución–. En el caso de esta mujer, su marido estaba en la cárcel,
supongo que quería a mi tío, vivieron unos años juntos y tuvieron una
hija, registrada como hija de padre soltero –Francisca Fortes Calderón–;
cuando el marido de esta mujer salió de la cárcel abandonó a mi tío y
le dejó con la niña; la ingresó en un colegio de Málaga y se trastornó,
tirándose a la bebida.
Tras su licencia en la Legión mi
tío Francisco se fue a vivir a Madrid desde donde, de vez en cuando,
escribía cartas a su hermano Antonio quien, en más de una ocasión fue a
verle en Madrid, comprándole ropa y pagándole el Hostal para un mes; le
llevaba a la casa del Legionario y le arregló el cobro de la pensión que
le correspondía. Es de suponer que la marcha de mi tío Francisco a
Madrid debió ser en busca de la mujer que amaba; su final, muy triste,
fue en un hospital de tuberculosos de Asturias.
Ángela, la hermana mayor de Antonio Fortes
Hasta aquí el relato efectuado por Carmen Acebo Fortes por el que
entiendo ahora, tras el paso de cincuenta y seis años, la alegría
"triste" del sargento 1º Fortes; su reserva ante iguales y superiores
–no era entusiasta en los saludos y mucho menos adulador–, así como la
devoción que mostraba hacia el soldado de quinta que estaba directamente
a sus órdenes. En la carta que envió a mi familia, cuando me
licenciaron, felicitaba a mi padre y le envidiaba por el hijo –yo– que
reunía las cualidades que él hubiera querido para un hijo propio. Nunca
he recibido un elogio mayor... De no haber tenido el padre que tenía
–del que me siento tan orgulloso– hubiera sido un auténtico placer ser
hijo de Don Antonio Fortes Calderón.
Don Antonio Fortes Calderón
¡Descanse en paz, mi Sargento!. Donde quiera que se
encuentre, seguro que estará en el grupo de los buenos y de los justos.
Si hasta allí pueden llegar los sentimientos de quien fue su
subordinado, le harán saber una vez más que en usted encontré la
conducta humana y hasta fraternal que otros me negaron en aquellos
dificiles tiempos de Sidi Ifni.
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