Fuente: El Mundo
El traductor y académico Miguel Sáenz escribe sus memorias africanas en Territorio, un viaje a las provincias de ultramar en los años 40 y 50
Miguel Sáenz (Larache, 1932): militar, jurista, traductor literario, académico de la Lengua, amigo de Günter Grass...
Nadie ha llegado nunca con una biografía parecida a las secciones de
cultura de los periódicos de España. La primera parte de esa vida está
ahora esperando a los lectores con la forma de un relato de iniciación
de apenas 140 páginas, breve pero muy evocador, llamado Territorio (Funambulista).
Empecemos por ahí, por el escenario: ¿qué territorio? Las memorias de
Sáenz llevan a Ifni, la antigua provincia africana que España conservó
hasta 1969 y en la que el padre del autor fue gobernador militar durante
11 años. El autor llegó al lugar con pantalones cortos y se fue para estudiar Derecho a La Laguna,
a caballo entre las décadas de 1940 y 1950.
Pero nadie debe pensar en
un relato de aventuras coloniales con generales despiadados y
bailarinas-espías. Dentro de Territorio esperan, más bien,
estampas domésticas, dulces y sencillas: aquella medio novia, aquella
sala de cine, aquel profesor de latín, aquel perro tan bueno... El
propio Sáenz explica en el texto que uno de los alicientes de sus
memorias es evocar cómo su familia se esforzaba por llevar una vida de
clase media española en una ciudad que, en parte, era como otra ciudad
cualquiera y, en parte, era otro mundo.
Miguel Sáenz, en us casa de Madrid.
Así que todo es desmitificación en Territorio. El
paisaje, por ejemplo: en aquel cachito de África no había dunas de
arena, «sino una tierra seca y pobre... Lo más parecido en lo que pueden
pensar es el paisaje de Fuerteventura», explica Sáenz. Eso y el mar,
claro. Algunas de las mejores páginas de Territorio están dedicadas al mar de Sidi Ifni, que también será reconocible para los canarios: un Atlántico fuerte, a veces temible
¿Y el dramatis personae? La misma actitud. Ahí está el padre de Sáenz, un general africanista que contradice el tópico. Culto, risueño, respetuoso...
Su manera de gobernar los llamados «asuntos indígenas» se basaba en la
paciencia y en la mano izquierda. En Tánger, durante la Guerra Mundial, «ponía visados a los judíos que escapaban de Europa sin esperar ningún beneficio por eso».
Luego volvió a la península con muchos honores y muy poco dinero. «Sólo
le dio para comprarse un pisito en La Elipa». Su último destino fue
Ibiza, donde su vida terminó con un recuerdo amable.
«Si mi padre hubiese sido un bárbaro de esos que están de uniforme en la cocina, dando gritos, le podría haber sacado mucho más partido literario.
Pero lo recuerdo como a un hombre admirable. ¡Qué le voy a hacer! Con
él viví con más libertad de la que he tenido nunca en mi vida», explica
Sáenz. Los africanistas, en su recuerdo, eran militares con un intenso
sentido moral de su misión.Puede que esa misión nos suene hoy un poco
anacrónica, pero sus portadores eran tan buenos o tan malos como
cualquiera.
La madre de Sáenz, en cambio, es un
personaje menos presente «porque me daba un poco de pudor». Y los
musulmanes... «Los moros también salen poco, es verdad, lo reconozco en
el libro. Pero a mí me quedó el recuerdo más cariñoso de ellos. Mi sentimiento hacia los musulmanes es de prejuicio, pero de prejuicio positivo».
Sáenz guarda cartas de un antiguo amigo de la familia, un musulmán que, hasta hace pocos años le guardaba una habitación de su casa esperando a su regreso.
Da tristeza leerlo: el traductor no ha querido volver a Sidi Ifni
después de una escala un poco desoladora en el aeropuerto, ya en los
años 70. Lo de siempre: el miedo al desengaño, a no reconocer nada ni a
nadie...
Ahora, por lo menos está Territorio para dar forma a los recuerdos. «Todo el mundo debería escribir sus recuerdos,
me parece un ejercicio muy sano. A veces escucho eso de 'mi vida no
tiene interés, ¿qué voy a escribir yo?'. No estoy de acuerdo. Cada vida
es única».
Nos falta preguntar por la literatura. En Territorio se
habla de la formación cultural de Sáenz, una mezcla «indiscriminada y
feliz» de novelas y películas populares con obras de más ambición. Y
está también el resultado de esos años de formación: la prosa que esta
vez firma Sáenz. Una voz sencilla y nítida... Como si, la consecuencia de haber pasado tantos años trabajando con escritores de primera categoría sea este texto casi tímido.
¿Es así? Sáenz contesta con el recuerdo de un relato de Thomas
Bernhard, en el que alguien le pregunta a un personaje, conocido por
imitar voces con mucho talento, cómo es su verdadera voz. Y el imitador,
en ese momento, tiene que callar.
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