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Capítulo 2. De vuelta en Valencia
Pasados unos días, volví a reintegrarme a mi trabajo en la UNL ‒Unión Naval de Levante‒, los astilleros de Valencia.
Hacía dos años que había salido de la
escuela de la empresa y me había incorporado como ajustador, fue unos
meses antes de ser llamado a cumplir mi SMO... Regresé en mal momento,
habían cambiado la dirección de la empresa y empezaban a reestructurar
el sistema de trabajo por uno de productividad. En el sistema anterior
te daban un trabajo a realizar en un tiempo, si lo terminabas en un
periodo menor tenías un coeficiente de tiempo que se acumulaba en el
sueldo. A este sistema se le denominaba "a destajo".
La UNL, los astilleros de Valencia.
El sistema de productividad que
implantaba la empresa, valoraba el trabajo a tiempo real contabilizado
en segundos. Había que valorar cada trabajo ejecutado y necesitaban
controladores y claro, los más aptos éramos los últimos salidos de la
escuela. Yo me negué, y este fue el principio de mi nueva odisea ‒mi
forma de ser siempre me ha creado problemas‒. Podía haber aprovechado mi
medalla de campaña, mi amistad con el sobrino del arzobispo de Valencia
o del primo de José Solís Ruiz ‒que nos dio clase de educación
política‒. Podía haber entrado a trabajar en Correos o en Telefónica,
pero los "dedismos" nunca me han gustado. Sin inten¬ción alguna, me
convertí en un elemento molesto para la empresa, en cuanto saboteaba los
trabajos alargando los tiempos, cosa que repercutía en mi bolsillo,
pero me enfrentaba al sistema. Era joven, había pasado la maldita
posguerra franquista y la Guerra de Ifni y me encontré inmerso en una
lucha sindical clandestina contra un capital que quería implantar un
sistema, que rompía lo establecido de muchos años, la empresa mermaba
así los salarios más de un 40%.
Siguiendo con mi trabajo en la UNL.
Había salido de la escuela en 1956 como ajustador oficial de 3ª con una
muy buena preparación, pudiendo trabajar como tornero o fresador
altamente cualificado, pero... la construcción naval no era lo mío. Un
amigo de mi padre tenía un taller de relojería con el que estuve
trabajando como aprendiz hasta que entré en la escuela por oposición.
Posteriormente, al principio, los fines de semana le ayudaba reparando
los despertadores, y ya al final la relojería en general, antes de irme
al SMO donde más de un reloj reparé, incluso el del capitán de mi
compañía Rosaleny. La maleta de madera me sirvió de obrador, las piezas
de recambio las pedía y mis padres me las enviaban en aquellos esperados
paquetes, donde no faltaba tanto el jamón como el chorizo, que
compartía con mis amigos vascos, con los que tenía más empatía. Todo fue
diferente desde el 23 de noviembre de 1957. Una guerra sobrevenida
rompió lo que empezaba a ser una aventura muy asumible.
Tal vez fuera por esto por lo que me
encontraba fuerte para enfrentarme con la empresa, oponiéndome en lo que
podía al sistema de productividad que querían implantar. Se hicieron un
par de huelgas, organizadas por la empresa. Un día, al llegar a mi
puesto de trabajo me dijeron que estábamos en huelga, cosa que me
extraño porque no tenía conocimiento de ello, así que me senté en espera
de acontecimientos que no tardaron en llegar. Apenas transcurridos
cinco minutos la empresa se llenó de "grises", era una huelga trampa
organizada por la empresa, la actividad se inició al momento y la
policía se retiró. Fue a la salida de la jornada de trabajo, donde había
policías de paisano que nos iban reteniendo en un número de dieciocho.
Nos repartieron entre varias comisarías, no nos trataron mal según supe,
el trato se puede considerar bueno, nos retuvieron cuatro días ‒en
comisaria‒ y nos liberaron sin ningún papel que demostrase que habíamos
estado retenidos, por lo que al querer incorporarse al trabajo nos
dieron como despedidos, por falta de asistencia durante tres días sin
justificación. Ocurrió, que a los pocos días me llamaron de la empresa
para una entrevista con el jefe de personal, este me planteó que en
consideración a mi padre ‒ya fallecido‒ que había sido jefe de la
sección de casco, persona muy apreciada, y que yo provenía de la
escuela, añadiendo en su rosario de halagos que me consideraba un héroe
por haber estado luchando y defendiendo a España en la Guerra de Ifni,
insinuando mis buenas relaciones ‒había tenido una súplica del
Arzobispo‒, la empresa había considerado la posibilidad de readmitirme,
uniendo a esto una vivienda social de la empresa, siempre que me
adaptase al momento de reestructuración que se estaba realizando. En
aquellos años ser un empleado de la UNL era ser "un buen partido", por
esto se sorprendió cuando le dije que NO.
Hay momentos en la vida que son
decisivos, al transcurrir esta por caminos que te llevan a lugares y
momentos insospechados. Es como estar anclado en la estación de tu lugar
o coger el tren a ninguna parte que determinará la estructura de tu
vida. Todo cambia, y mientras, te haces mayor.
Yo había aprendido el oficio de
relojero, y me había montado en casa un pequeño taller de relojería. Le
reparaba los relojes en garantía a un amigo mayorista en relojería
‒hablo de 1958, donde trabajar en "negro" no era problemático‒. Había
cambiado el mono de trabajo por camisa y corbata.
Todo había transcurrido de forma
vertiginosa, a cinco meses desde mi regreso de Ifni tenía muchos frentes
abiertos. Mi madre con un cáncer terminal, esperando la muerte con
cruentos dolores que no podíamos mitigar porque la medicina de 1958 no
era la de hoy; mi hermano pequeño ‒tenía ocho años‒ se quedó en casa de
los tíos; entre mi otro hermano mayor ‒dos años más‒ y yo, aunque con
dificultad, conseguimos opiáceos gracias a los cuales, aunque penosos,
sus últimos días fueron medianamente tolerables. Los médicos se
desinteresaron del problema desde el primer día. Yo tuve en estos meses
que resolver mi trabajo con la UNL, algo si influyó en el estado de mi
madre. Fallecida esta en diciembre de 1958, quedaba por resolver la
situación del pequeño, de momento se hizo cargo el mayor que tenía un
buen trabajo como administrativo en la Renfe, y el pequeño la pensión de
orfandad. Yo con mi taller de relojería no tenía problemas económicos.
Un día tocó en mi casa un tal Luis, un
catalán residente en París, que tenía la representación de una
importante firma de artículos de oficina, y hacia la ruta París,
Cataluña, Región Valenciana y, como buen catalán, compraba relojes a mi
amigo mayorista y los vendía en Francia, por lo que le hacía falta un
relojero para la garantía y otras reparaciones.
Fue el inicio de una nueva fase de mi vida...
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