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Josep Carreras Mor
JOSEP CARRERAS MOR, nacido en Artesa de
Lérida en 1937, localidad situada a solo diez kilómetros de la capital,
agricultor (payés) de profesión que al cumplir los 14 años había
recibido como regalo de su padre una azada para que aprendiera a ganarse
la vida, tuvo que incorporarse al servicio militar en marzo de 1959 y
el "sorteo" le llevó a Ifni en donde fue a parar al Grupo de Policía, ya
europeizado.
Confiesa Josep que tenía una "vena"
aventurera y aquella ocasión de salir de su pequeño pueblo e ir tan
lejos, ¡a África!, era única en su vida; los familiares y amigos le
decían que tal vez fuera peligroso y él respondía ¡Si hay que ir a la
guerra, pues iremos a la guerra!
Con esos ánimos iniciales es normal que
hicieran un buen Campamento (aunque duro) y que tras la jura de bandera y
su destino en la llamada Compañía Local se presentara voluntario para
cuantos servicios no ordinarios pedían los oficiales. Así, fue
carcelero, intervino en registros de viviendas sospechosas de albergar
adeptos al ELM, hizo de "policía secreta" (de paisano) para seguir a
legionarios que se sospechaba estaban metidos en una organización que
les facilitaba la deserción y huida a Marruecos con el armamento. Cuando
se creó un servicio de "policía de tráfico", Carreras fue uno de sus
componentes que, tras un pequeño cursillo y un bloc de multas en el
bolsillo, se dedicaban a recorrer las escasas calles de la ciudad y
comprobar que los exiguos vehículos que por ellas circulaban cumplían
las normas reglamentarias. Cuando ya había hecho todo cuanto un policía
raso podía hacer, incluida la detención de un moro de unos 60 años que
llevaba atada y arrastraba a la fuerza a una niña de unos 12 años que
había "comprado" a su padre, y la donación de sangre para un detenido
musulmán que intentó suicidarse en los calabozos, entonces acudió a unos
cursos de capacitación para el ascenso a cabo 2º, curso que impartía el
teniente Moya y que en palabras de Josep le fueron de gran provecho
(transcribo): "las clases eran tan claras y amenas que dejó un grato
recuerdo en sus alumnos que obtuvieron provechosas enseñanzas para
aplicar, no solo en la vida militar sino en el futuro civil que les
esperaba después de la licencia. Militares de ese talante –que no
abundaban en Ifni precisamente– nunca sabrán el bien que hicieron a
aquellos soldados "con pocas letras", pues sus lecciones y consejos les
sirvieron para enfocar sus vidas por el camino de un futuro más próspero
y tranquilo. Desde aquí les damos las gracias a la vez que no podemos
reprimir esta exclamación ¡Ojalá que todos hubieran sido así!
Carreras (con chaqueta) junto al autor del relato, en Lérida, año 2009 (foto del archivo privado de M. Jorques)
Carreras ascendió a cabo 2º, lo que le llevó a ser cabo-comisario de
guardia que inspeccionaba a las "parejas" que salían de servicio diurno o
nocturno, recibía novedades, redactaba partes de incidencias, etc. Y
como colofón de tan gratificante mili, en la que jamás se consideró
despreciado o con un plus de sufrimiento por ser catalán, hizo de cabo
instructor de los reclutas que llegaron al territorio en marzo de 1960;
uno de ellos vamos a traerlo a colación seguidamente, por ser también
catalán. Y en la mili encontró a quien sería su mejor amigo (amistad que
continúa cuando ya tienen más de 81 años): JUAN TARANCÓN BORJA, de
Villamalea (Albacete) al que califica como "el amigo del alma". Y la
amistad entre ambos la compara con un antiguo versículo sanscrito: "al
principio es pequeña, pero en su discurrir se hace fuerte y profunda y
una vez ha empezado ya no tiene vuelta atrás, tal como sucede con los
ríos y los años" (¡Un payés catalán y un agricultor manchego, los
mejores amigos!)
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