Este macabro "honor" le correspondió al artillero de 2ª JOSÉ RICO
CASTELAO, encuadrado en el Grupo de Artillería a Lomo del África
Occidental Española (A.O.E.) de guarnición en Sidi Ifni, que nacido el
10 de Enero de 1935 en el gallego pueblo de Puebla Burón (Lugo) e
incorporado al Ejército en Marzo de 1957 tuvo su destino que la
madrugada del 22 al 23 de Noviembre le tocara guardia en "la peor
garita" del territorio, aquella enclavada a la puerta del polvorín que
los rebeldes marroquíes del ELN intentaron volar para facilitar la
irrupción de un fuerte contingente de sus compañeros en la ciudad y, en
el caos, asesinar a los jefes y oficiales en sus domicilios y obtener el
levantamiento de la población civil. Alevosamente dispararon sobre José
el comando encargado de la voladura del depósito de municiones, que
prácticamente no tuvo tiempo para defenderse pero si a repeler la
agresión pese ha hallarse mortalmente herido. El refuerzo militar que
aquella noche se había establecido con varios paracaidistas y policías
consiguió desbaratar el intento (hubo varios heridos), poner en fuga a
los moros, mientras que el grueso de los invasores que ya se dirigía
hacia el interior de la ciudad fue detenido por soldados del II Tabor
del Grupo de Tiradores en un intenso intercambio de disparos que terminó
con varios muertos, heridos y prisioneros de los agresores.
Antonio Herrero y M. Jorques el 03/03/2018 en Alicante.
De José Rico solo quedó el rastro de haber sido el primer muerto en
combate de aquella extraña guerra, su filiación que nos dice era
soltero, que sabía leer y escribir, su oficio de labrador, que medía
1,70 metros de estatura y pesaba 70 kilogramos, que al fallecer se le
reconocieron siete meses y veintisiete días de servicios válidos y que
había prestado juramento de fidelidad a la bandera el 30 de Mayo de
1957. Esos datos unidos a la descripción de las prendas que se le
facilitaron al incorporarse como recluta al Grupo de Artillería (un
pantalón de deporte, cubiertos, "rombos", bolsa de aseo, 2 camisas, 2
calzoncillos, un gorro garbanzo, una sahariana kaki de algodón, un
pantalón id.., 3 pares de calcetines, 3 pañuelos, 2 toallas y unos
borceguíes) y el dolor de sus familiares y compañeros es, repetimos,
cuanto ese modesto soldado de leva obligatoria hubiera dejado como
recuerdo de su paso por ese mundo, si no fuera por el empeño que el
periodista tinerfeño ANTONIO HERRERO ANDREU puso para que se dignificara
a ese primer caído en la última guerra colonial de España.
Antonio Herrero que a su buen hacer periodístico en diarios canarios y
en el Faro de Ceuta, donde son frecuentes topar con sus colaboraciones
que le llevaron en el pasado a diversos premios por su labor (Ejercito
de Tierra, de Aire y Armada, así como el Virgen del Pilar de la Guardia
Civil) ha batallado incansablemente ante toda clase de organismos
civiles y castrenses hasta conseguir que en la Base "General Morillo",
de Pontevedra se impusiera a una de sus vías interiores el nombre de
calle del Soldado Rico Castelao y fuera inaugurada solemnemente el día
26 de Noviembre de 2015, bajo la presidencia del general jefe de la
Base, Don Luis Cebrián Carbonell, con un Piquete de Honores compuesto de
un sargento primero, un corneta, un cabo y seis soldados, junto con la
Banda de la BRILAT; leyéndose el hecho de armas en el que murió José
Rico, se descubrió la placa con su nombre, se entonó "La muerte no es el
final" así como una oración por el "pater" y hubo descarga de salvas de
los fusiles del Piquete.
Antonio y Celsa, ante la paella del restaurante "Mi Casa" de Alicante.
No se nos ocurrió otro tipo de homenaje al periodista Antonio Herrero
que el de compartir una suculenta paella aprovechando la extensa charla
sostenida entre nosotros a propósito de la Guerra de Ifni (de la que es
uno de los mejores expertos nacionales) al estar pasando unos días en
Benidorm con su esposa Celsa.
Honor por tanto para este esforzado compañero que ostenta el título de
Caballero Legionario Paracaidista de Honor y que ha hecho de la
reivindicación de la memoria de los soldados que intervinieron en
aquella contienda una cuestión de amor propio ante lo que considera una
dejadez, un olvido imperdonable de las autoridades que han dirigido a
españa a lo largo de estos últimos sesenta años
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