Anastasio Orozco Mainez, Tirador de Ifni herido en la guerra de 1957-58.
Desde
que en el pasado mes de Septiembre surgió durante la Asamblea de Socios
de AVILE el tema de homenajear a un compañero Tirador de Ifni, herido
gravemente en la defensa del puesto de Tagraga-Tiugsa, confieso que he
vivido con la obsesión de conocer a ese compañero del III Tabor que,
posiblemente, sea uno de aquellos heridos que ayudé a transportar en
camilla hasta los vehículos y mulos de evacuación, una vez liberado el
puesto por tropas de mi Tabor, el II, en cuya 8ª compañía luché durante
toda la campaña. El único dato fiable que tenía era su nombre (ANASTASIO
OROZCO MAINEZ) y el lugar donde se hallaba internado desde hacía años
(RESIDENCIA "LA ALAMEDA" DE LA CIUDAD DE CUENCA).
El
martes 17 de Diciembre de 2.013 fue la fecha elegida. Me levanté a las 6
de la mañana para tomar el metro que me conduciría a la estación
"Sorolla" de Valencia desde donde, a las 8,15 horas salía el AVE con
destino a Cuenca.
Estación del AVE de Valencia.
Me embargaba una gran emoción; iba a reunirme con un compañero desconocido
pese a que debió pasar por mis mismas circunstancias: Somos de la misma
quinta y por lo tanto debimos hacer el Campamento de Reclutas al mismo
tiempo, aunque con destinos diferentes dentro del Grupo de Tiradores
"Ifni nº 1"; él había quedado cercado con su compañía en la defensa de
Tagraga, donde sufriría graves heridas, mientras que yo correría por
aquellos campos y montañas interviniendo en diversos combates sin sufrir
ni el menor rasguño físico, aunque sí muchas heridas morales al ver
morir a tantos compañeros.
Anastasio durante su estancia en el Hospital de Sidi Ifni.
La
estación del AVE en Cuenca está a varios kilómetros de distancia de la
capital según pude comprobar al llegar allí a las 9,07 horas en punto.
Tuve que esperar un autobús que me dejó cerca de la Residencia "Alameda"
cuando ya eran las 11. Los compañeros de AVILE me habían proporcionado
un par de fotografías de Anastasio, una vestido de recluta y otra en el
hospital, y esas imágenes llevaba yo en la retina cuando entré en el
local y me dirigí a la recepción.
El personal de la Residencia, muy amablemente, me dijeron que tenía que
esperar unos minutos para visitar a Anastasio ya que estaban lavandolo;
tras una breve antesala me acompañaron al tercer piso donde, en la
habitación 322 transcurren los días y las noches de este soldado (hoy
con el empleo de subteniente) mutilado absoluto por la Patria, por las
heridas sufridas en acción de guerra.
Anastasio estaba sentado en un sillón, al que lo ponen durante el día y desde el
que lo trasladan a la cama por la noche. No puede andar, no puede
hablar, mueve levemente el brazo izquierdo y toda su vida se concentra
en la mirada, unos ojos suplicantes, unos ojos que expresan la tristeza
de este hombre que debe mirar cómo pasan, lentamente, los minutos y las
horas de los días, las semanas, los meses y los años que lleva allí
internado; ya no tiene familia y su sobrino y tutor vive en Cataluña por
lo que carece prácticamente de visitas.
Anastasio en la actualidad.
Me puse a su lado, me arrodillé para estar a su altura, y con voz
entrecortada por la emoción le fui relatando recuerdos de nuestro
servicio militar; Anastasio comprende, desde luego, lo que se le dice:
su mirada se anima ante aquellas evocaciones e intenta hablar aunque no
le salían las palabras. Me puse el tarbuch que guardo desde entonces y
vi como a Anastasio se le encendían los ojos evocando, sin duda, los
tiempos en los que él también se cubría la cabeza con tan entrañable
prenda que formaba parte de su uniforme y que tal vez debió manchar con
su sangre de mártir al ser herido en la cabeza. Se lo puse a él y noté
como ese ser humano estabulado en la Residencia desde hace tantos años,
que parece más muerto que vivo, por un momento volvía a ser el héroe
anónimo, el héroe olvidado por las instituciones oficiales, por las
asociaciones militares, por España, la Patria que se lo llevó un día a
tierras africanas y lo devolvió inútil, con su vida destrozada a los 23
años de edad.
La enfermera que estuvo con nosotros en todo el tiempo de la visita fue tan amable que nos hizo unas fotografías con mi cámara.
En esta primera instantánea estoy de rodillas como ya he dicho, para
ponerme en el mismo plano que Anastasio, pero también como homenaje y
reconocimiento a su dura vida; me sentía en esos momentos como si
estuviera en la Iglesia, reverenciando a alguien que ha sufrido en sus
carnes las desdichas de las que otros nos salvamos. Era como una
adoración al soldado español, a ese soldadito valiente cuyos huesos
están esparcidos por todos los continentes, ese soldado que solo es
militar eventualmente y gracias a cuyos sufrimientos y penurias sus
mandos han obtenido medallas y prebendas en las guerras que España ha
sostenido con sus enemigos a lo largo de los siglos.
En esta me puse el tarbuch, que es el auténtico, el que me dieron con el uniforme al incorporarme a Tiradores en marzo de 1.957.
Con esta tercera fotografía quise poner de relieve la existencia de ese
Tirador que, pese a sus heridas, ha sobrevivido al glorioso Grupo, hoy
suprimido.
Con Anastasio en la Residencia.
Tan solo me queda añadir la tristeza con la que Anastasio y yo nos despedimos, tristeza mitigada por la gran alegría que tuvo con mi visita, visita a la que emplazo a todos aquellos compañeros que quieran hacer una buena obra...
¡Cuenca no está tan lejos!
'Título de Caballero Mutilado de Guerra por la Patria' de Anastasio.
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